A Sagasti se le extrañará.

Viendo lo que viene, el Perú extrañará al presidente Francisco Sagasti. Sagasti llegó en el peor momento de la crisis política tras la vacancia de Martín Vizcarra. El enojo que despertó Merino “El Breve” volcó a los jóvenes a las calles y nos dejó con muertos durante las protestas. Su misión era calmar las aguas, mantener al país a flote, controlar la pandemia, comprar vacunas y sacar adelante las elecciones. Suena poco, pero en el turbulento ambiente político del Perú es una labor titánica. Sagasti cumplió. Y me atrevo a decir que con creces.

 Apaciguó la molestia, las calles volvieron a tranquilizarse, tuvo gestos con los manifestantes para mostrar su voluntad de reconciliación. Desde entonces el país se ha mantenido en una contenida calma, a pesar de que la segunda vuelta nos ha crispado y puesto los nervios de punta. No es que estemos felices, pero por lo menos ya no tan indignados como en noviembre del año pasado.

El país ha seguido su marcha, los indicadores económicos mantuvieron suficiente estabilidad e incluso algunas mejorías. No podía hacer mucho, no tenía ni la intención ni el poder para empujar reformas, pero otros habrían iniciado con tropezones graves mientras se acostumbraban al gobierno. Con Sagasti no tuvimos eso, la curva de aprendizaje fue suave y pasamos de una a otra administración sin mayores sobresaltos.

Sagasti también sobrellevó la pandemia. Con él llegó una segunda ola brutal que nos dañó más que la primera, pero poco a poco los números han ido bajando y las condiciones son menos terribles. No estamos bien, pero ya sabemos que podíamos estar muchísimo peor. Pudo hacerlo mejor, pero hemos visto que otros dirigentes con más herramientas lo hacen muy mal. Con todo, el coronavirus fue el tema más caótico de su gestión y no sólo por su trabajo, sino por la maquinación política para sacar provecho de nuestra desgracia.

A Sagasti le tocó enfrentar el escándalo del Vacunagate donde hasta el propio Vizcarra estaba involucrado. Le pegó directamente en los momentos previos a la peor parte de la segunda ola, lo que dañó su imagen sin que tuviera culpa ni responsabilidad.

Se topó con una población desconfiada ante las vacunas, los números indicaban que en enero apenas el 30% manifestaba intención de vacunarse. Y los discursos por parte de integrantes de Fuerza Popular y otros grupos respecto que las vacunas sólo eran agua o que enfermaban no ayudaron a mejorar la situación. A pesar de ello, Sagasti mantuvo el paso firme, no hizo mucho trabajo de comunicación, pero su gestión consiguió que hoy los peruanos con deseos de vacunarse ya seamos el 60%. Pocos, pero ya somos mayoría.

Siguiendo con las acciones de las otras fuerzas políticas, éstas en ningún momento abandonaron su mezquindad y crapulencia. El acoso a Sagasti fue permanente: Le exigían resultados más allá de sus posibilidades, le acechaban con amenazas de vacancia y en el colmo de la desvergüenza se atrevieron a hablar de genocidio. En Twitter veíamos como #SagastiGenocida se volvía tendencia y leíamos las conspiraciones. Irresponsables, cínicos.

Con todo, Sagasti sí consiguió traer más vacunas al Perú y logró que el ritmo de vacunación sea bastante aceptable. Podremos discutir si son producto o no de las negociaciones de Vizcarra (parece que no), pero lo cierto es que nuestro país empieza a notar luces de esperanza gracias a ellas. Este punto ha sido su mayor fortaleza, lo que le ha hecho levantar la cabeza y subir su aprobación. Ha dicho que ya están comprometidos 60 millones de dosis, esperemos que sea cierto.

Por último, Sagasti tenía el mandato de conseguir que las elecciones se realizaran en paz y parece que lo consiguió. Al entregar esta columna no tengo idea cómo se desarrollará la jornada electoral, pero por lo menos sabemos que llegamos a la segunda vuelta, lo cual muchos dudaban en noviembre y enero. Se le puede criticar su tibieza para detener los mítines y aglomeraciones o lo poco que plantó la cara ante las acusaciones en su contra, pero creo que hay que reconocerle su responsabilidad al no intervenir en el proceso.

Mantuvo un bajo perfil y dejó que los jugadores hicieran lo suyo. No podrá ser acusado de ser un presidente intervencionista ni de intentar descarrilar el proceso para favorecer a los suyos. También, siento, no se le puede adjudicar la derrota del Partido Morado. Ahí la explicación es otra: Un candidato mal conducido y una campaña mal ejecutada en un clima poco favorable. Sagasti quizá restaba, pero no es su culpa lo que pasó.

Creo que así fue Sagasti y frente a lo que se nos avecina, me parece que lo vamos a extrañar. Gane quien gane nos esperan años (si es que al ganador lo dejan terminar su periodo) de confrontación, quizá de mucha torpeza en la administración, de formas más ruidosas y mucho autoritarismo. Me preocupa porque todo sucederá en pandemia y con la economía caída, cuando apenas iniciábamos la mejoría y la expectativa de que podríamos salir de esto con relativa calma. Sí, extrañaremos a ese presidente que quizá es aburrido, pero por lo menos cumplió un poco sin causarnos jaquecas.

EHDE


Fuente: Página oficial de Francisco Sagasti en Facebook.

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